Sin opinar: La odisea de ir al cine solo

29/12/14

La odisea de ir al cine solo

Todo pasó hace unos meses. Como en junio, creo. Quería ir a cine a ver una película que llevaba esperando hace una considerable cantidad de meses; evadiendo los constantes ataques de la campaña publicitaria que tuvo, para no arruinarme nada, mis ganas eran cada vez mayores. (¿No están cansados de que los 182 trailers que sacan a modo de promoción destripen por completo la película?)
Y cuando por fin estuvo en cartelera, que por cierto hablo de Edge of Tomorrow, busqué con quien ir entre mis amigos, pero al parecer la película era demasiado ‘Meh’ para ellos. Por lo que me vi resignado a no verla en cine (o eso creía), por lo que las semanas pasaron y pasaron y la distribución de la película fue encogiéndose, preparando su salida definitiva de cartelera. Fue justo dos días antes de que la quitaran de manera definitiva, que tuve el fantástico impulso de ir a verla solo.

Ya me había planteado tal posibilidad, pero siempre acababa desistiendo por distintos argumentos vacíos que me daba a mí mismo, como “Osazo ir solo a cine” o “Me sentiré muy mal yendo solo, ¿con quién hablaré al salir de la sala?”. Pero justo un miércoles mis complejos de preadolescente desaparecieron, y 30 minutos después de haber tomado tal decisión impulsivamente ya estaba corriendo hacia la sala, porque encima ya iba tarde, así que tampoco es que haya tenido tiempo para arrepentirme. Llegué y por suerte era una hora en las que las personas normales no van a cine, entonces no tuve que hacer fila, compré la boleta para una persona (no fue tan difícil como parece, e irónicamente, a diferencia de otros, esta me parecía la parte más fácil de tal aventura) y me dirigí hacia la sala destinada a presenciar mi heroica hazaña. Entré, me senté, me acomodé (guardé los audífonos, me quité el saco) y esperé. La gente empezó a llegar, era poca, no pasaban las 30 personas; y finalmente luego de hacerme spoilers de otras películas con los mil promos que mostraron (afortunadamente no eran películas que me interesaran, excepto el de Interstellar para el cual desvié la mirada y me tapé los oídos de forma dramática) empezó el espectáculo.

No sé si en aquellas dos horas del largometraje me miraron raro o similar, pues estaba en la parte intermedia de la sala mientras que todos se acumulaban en la parte alta (como odio esa parte), pero además estaba tan entretenido con la película que me era imposible prestar atención al miedo que se presenta cuando se hace algo por primera vez.

Disfruté como niño pequeño esa vez, incluso mucho, mucho más que las veces en las que he ido acompañado, ya que solo era yo, sin nadie que me interrumpiera con preguntas molestas tipo “¿Cómo así? ¿por qué pasó eso?”.

Cuando la película terminó, me paré, agarré mi saco y salí dignamente de la sala al corredor que conduce a la salida del cine. Creo que esta fue la parte más rara de toda la travesía. Por primera vez no tenía que preguntar “Y… ¿te gustó?” sino solo pensar en todo lo que pasó y sacar mis propias conclusiones y quejas o elogios. Claro que antes de poder salir vino la parte vergonzosa de tengo-5-años-y-no-sé-cómo-abrir-una-puerta-de-estas en donde me quedaron viendo raro y con lástima, no sé si por mi inexperiencia con puertas o por haber ido solo. Pero contrario a parecerme algo malo, es algo que cada vez que lo recuerdo me saca una pequeña carcajada. (Ojalá pudieran observar las caras de quienes me vieron)

Y ahí fue donde di un paso más en mi camino de crecimiento personal. Haciendo algo que había querido hacer hace mucho pero que por convenciones sociales (maldita sociedad) no había sido capaz de hacer. Me quedó gustando tanto que lo repetí (esta vez sin necesidad de echarle mucha cabeza) con Guardianes de la Galaxia, donde nuevamente disfruté como nunca. Aunque esta vez sí me lanzaron en la sala miradas de “Oh, no tiene amigos, pobre. Merece un abrazo”. Y como en aquel entonces ya dominaba el milenario arte de abrir puertas de cine, ya no tuve que pasar horas tratando de salir de aquel templo del séptimo arte.

Por todo esto, es que creo que toda persona merece (¿o necesita?) en su vida esta magnífica experiencia personal de ir a cine sin ningún tipo de compañía externa. Quizás puede ser duro al principio, pero las ventajas son inmensas. Ya sea desde ver aquella película que solo tú quieres ver (sobre todo si eres un ñoño del cine raro) o si deseas salir un poco de aquel caparazón en el que te encuentras.

Con el fin de complementar todo este cliché, añadiré que a raíz de tal experiencia di pasos que quería dar hace mucho pero que no me atrevía a hacerlo. Puede sonar un tanto tonto (y lo es; digno de un libro de autoayuda barato), pero el simple hecho de haber roto esa “ley” de ir al cine con alguien, me hizo sentir tan bien que desde ahí he empezado a salirme más de mi aturdidora zona de confort, ganando una aterradora confianza en mí mismo que nunca imaginé que tendría y de paso, ganando una visión completamente nueva del mundo.

Realmente vale la pena hacerlo, ya sea por asuntos filosóficos de crecimiento personal, o simplemente por el hecho de disfrutar lo que quieres ver en el momento que quieras, sin tener molestas preguntas de amigos que te distraigan.

Además quizás te quede una divertida anécdota que te haga reír cada vez que la recuerdes.

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